RECORDANDO AL LAUREADO POETA HUEHUETECO


Le huyo a las multitudes, Cesar Augusto de León se considera un eterno inconforme que rechaza algunas realidades como la domesticación del hombre, el que no es auténtico debido a que la sociedad lo presiona y moldea. 

Su carrera literaria ha pasado, como le sucede a la mayoría de artistas del país, casi inadvertida. Sus logros internacionales, al igual que los 207 galardones que ha obtenido en distintos certámenes de juegos florales nacionales desde 1975 los ha festejado en silencio. Por “limitaciones” como dice él, no ha podido viajar a países como España, Argentina, Uruguay e Italia donde le han otorgado distinciones.
César Augusto de León Morales (59) es un escritor huehueteco que desde joven decidió no migrar a la capital. La calidad de su poesía lo llevó a ganar, en 1991, el primer lugar en los juegos florales Centroamericanos y del Caribe, de Quetzaltenango. En este mismo certamen obtuvo el segundo lugar en 1985 y en 1992. Ha publicado 27 obras, entre ellas dos novelas, dos ensayos de crítica literaria y el resto de poesía. El 75 por ciento de su obra permanece inédita.

¿Cuál es la temática de su poesía?
Es complicado responder, pero podría resumirla en una sola palabra: la vida. Esto implica todo cuanto le acontece al hombre desde el amor, felicidad, alegría y triunfo hasta la muerte. Aunque algunas líneas prevalecen sobre otras, por ejemplo el final inevitable del hombre visto desde un punto de vista poético y filosófico, o sea el tema de la muerte, pero abordadas estéticamente.
Para usted, ¿cuáles son las principales angustias del ser humano?
Hay varias, pero una de las más presentes es la muerte. Existe cierta angustia existencial, como dicen (Miguel de) Unamuno, Jean Paul Sartre y Martin Heideguer. Parte de mi poesía gira alrededor de eso, pero quizá sea la que he producido durante los últimos años, la que la contenga con mayor intensidad, porque conforme uno madura en la literatura y se va haciendo viejo, va meditando más en el final, en cambio, si leo lo que escribí cuando tenía 17 años (no publicado) veo sueños, ilusiones, amor y la alegría de saber que uno tiene toda una vida por delante. Cuando el ser humano llega a los 50, por lo general, y particularmente el poeta, da un giro y empieza a pensar en el final irremediable.
Usted habla del final y la nada, ¿qué hay después de la muerte?
En algunos de mis textos poéticos yo identifico la muerte con la nada, pero yo no creo en esa tesis materialista, sino que creo en una doctrina filosófica y religiosa que ve en la muerte el tránsito hacia una vida mejor y llena de luz, lo cual no es una mera contradicción. En libros que tengo inéditos el tema que prevalece no es el de la muerte como un paso hacia la nada sino el de ésta como un desprenderse del espíritu de la materia. Que en momentos de mi vida haya caído, como le sucede a cualquier ser humano, en la debilidad de dudar y creer que la muerte es la nada que dicen los materialistas, ese es un fenómeno que se da en cualquier hombre.
¿ Es razonable el temor a la muerte?
Depende de la concepción que de ese fenómeno natural le hayan inculcado a uno desde la infancia y, en mi caso, me infundieron mucho temor. Recuerdo que mi padre a una de las realidades que más le temía era precisamente a la muerte y aunque no me lo enseñó directamente, sí lo hizo con sus ejemplos y actitudes.
A mí me ha costado mucho esfuerzo, espiritual e intelectual, alejarme de esas concepciones pesimistas y pensar que la muerte no es el final de la vida, sino el comienzo de otra. Entre paréntesis puedo decir que creo firmemente en la reencarnación. He leído mucha filosofía oriental y es la que más se adapta a mi manera de pensar.
En la narrativa, ¿cuál es su temática?
Es diversa, desde cuentos regionales de realidad urbana o rural del país, hasta de validez universal. No podría, al igual que la poesía, encasillar mi obra en una sola corriente, porque va en diferentes direcciones.
¿En cuál escuela o corriente literaria se ubica?
Es difícil. He leído libros de crítica, porque me gusta ejercerla, tal vez no de manera científica, pero modestamente creo que el encasillamiento de un autor es algo muy complicado. Hay autores cuya obra es fácil de definir y clasificar, pero la mía, no lo digo por pura vanidad, es multifacética, pues camina por diferentes senderos. Me gusta explorar desde lo clásico hasta algunas tendencias de vanguardia. Si alguien quisiera estudiar mi obra tendría que leerla toda y emitir un juicio global. El crítico debe conocer la obra total del autor para poder enjuiciarlo y encasillarlo en una corriente.
¿Qué es lo más complicado para un escritor de provincia?
Creo que el autor que migra a la capital (conocí a Luis Alfredo Arango, de Totonicapán y José Luis Villatoro, de San Marcos) se hace un espacio en los círculos literarios y tiene menos dificultad quienes nos quedamos en la provincia y somos, como en mi caso, un poco reacios a tener comunicación con las organizaciones literarias y culturales de la ciudad. Yo, cuando me convencí de que en la capital no tenía mucho futuro, me proyecté hacia el exterior.
Durante un lapso escribí algunas columnas para el diario La Hora, pero poco duró esa ilusión, porque me cerraron las puertas y, hasta el momento no sé por qué razón, pero eso lo celebro, actualmente, porque se me abrieron otras fuera del país. La indiferencia de mis compatriotas hacia mi trabajo me sirvió de acicate para buscar espacios fuera y es ahí donde he hecho fortuna literaria, no en el sentido económico, sino valorativo para mi obra.
En el extranjero, ¿dónde le abrieron las puertas?
Mi trabajo ha sido valorado, particularmente en España. He escrito artículos para la Gazeta de Málaga, los diarios Día y Jornada, de Tenerife e Islas Canarias y La Religión de Caracas, Venezuela, entre otros. Eso lo he logrado a base de esfuerzo y perseverancia, y en esto debo reconocer que soy un poco reacio a modernizarme, debido a que sigo usando el correo tradicional para enviar mis trabajos, porque es muy romanticón.
Estoy convencido, lo que uno escribe lleva impregnada su energía, en cambio el correo electrónico es un poco deshumanizante, porque el pliego que llega no lo tuvo en sus manos la persona que lo escribió... no trae su espiritualidad. Yo sigo usando el correo tradicional y en ese sentido soy anticuado pero es a través de esa vía que he encontrado espacios.
¿A qué autores admira?
He leído muchos europeos e hispanoamericanos, pero el que ejerce sobre mí una fascinación especial, de la cual no voy a poder liberarme nunca es Juan Rulfo. Para mí fue un novelista genial y aunque no haya recibido el premio Nobel, esto no le quita altura a su narrativa. Creo que este premio se lo han otorgado a escritores que no tienen la jerarquía de Rulfo, que sólo con Pedro Páramo y el Llano en Llamas fue suficiente para colocarlo en un nivel más alto que otros autores.
Después de Rulfo admiro a Gabriel García Márquez, de quien he leído toda su novelística. También he tenido acceso a la obra de Mario Benedetti y otros del famoso boom de la literatura Hispanomericana, pero no me convencen como Rulfo, a quien considero el mejor autor del siglo XX en América. En lo personal, creo que Carlos Fuentes tiene más fama que altura.
En poesía me fascina Federico García Lorca, Antonio Machado y un poco Octavio Paz. De Guatemala, Osmundo Arriola y Werner Ovalle López.
¿Cómo se autodefine?
Creo que soy un eterno inconforme y un rebelde que se subleva contra determinadas realidades como la domesticación de que es objeto el hombre moderno, la politización de la literatura y el arte y otras realidades que no encuadran en mi manera de ser. Soy un autor perfeccionista que desde niño me inculcaron que se pueden lograr algunas perfecciones y yo he intentando hacerlo, hasta donde es posible, en mi trabajo.
¿Qué realidades son las que más le molestan?
El consumismo, la desigualdad social, la brecha que cada vez se ensancha más entre los que tienen mucho y los que no tienen nada. Sinceramente, le huyo a las multitudes, me enferman un poco el espíritu, mi vida es muy retraída y me rebelo contra la hipocrecía social y el convencionalismo. Desde pequeño me enseñaron a ser sincero, aún en un contexto en donde prevalece la falsedad. Ser sincero es hasta un riesgo, a tal punto que unos autores dicen que se es así sólo con uno mismo, porque con los demás es correr un riesgo.
La injusticia me lastima y no importa en quién recaiga y con mayor razón si es con los más indefensos, marginados y olvidados. A mí me alcanzó el movimiento de protesta, como se le llamó en Guatemala y toda America Latina de los años de 1970, y dentro de esa línea escribí textos que ahora cuando los leo me pongo a temblar, fue en mis años de juventud.
Esta forma de ver la vida, ¿lo aisla un poco del mundo?
En alguna medida, sí. Creo que para desarrollar una obra artística de verdadero valor hay que alejarse un poco de la masa. He leído, por ejemplo, La Rebelión de las masas, del español José Ortega y Gasset y el Hombre mediocre, del argentino José Ingenieros, y veo que ellos reflejan lo que está ocurriendo en el mundo actual. Las masas son las que dominan en todo sentido y lo más lamentable es que imponen su arte, hay una música de masas. Sí me aislo, pero no me duele, porque es una condición que me nutre y me hace escalar.
Hay que despegarse un poco de las multitudes. Siento que la sociedad presiona demasiado, no deja que el hombre sea lo que quiere ser y lo que está llamado a hacer, porque lo moldea y le estampa un cuño que no es precisamente lo que uno es. En la medida que la sociedad interfiere en el desarrollo libre del ser humano, yo rechazo esas presiones sociales que quieren moldearme de acuerdo al perfil que desea el comerciante, el político y el moralista.
¿Vivimos en un mundo de apariencias?
Creo que vivimos en una sociedad de máscaras. El hombre no es el que quiere ser, sino el que el publicista le obliga a ser, mediante un bombardeo constante que le crea necesidades... cosifica al ser humano, lo vuelve un objeto, entonces, creo, vivimos en una sociedad que no es auténtica.
Pero entender esto tiene un precio y es la soledad, si el ser humano no encaja en la sociedad tiene que alejarse para no sentirse sólo en medio de una multitud. Pero la soledad no es estar sin compañía, porque se puede estar dentro de una multitud y sentirse sólo, la soledad consiste en sentirse diferente y esa es la experiencia que a mi me ocurre. Puedo estar en una gran fiesta, pero me siento sólo, porque me siento diferente a la mayor parte de los que están conviviendo en ese ambiente.
El ser humano no es lo que quiere ser, ¿porque es débil o lo hace para poder sobrevivir?
Es por condicionamiento histórico y lo hace porque sobre él operan mecanismos de control, censura y presión, como la publicidad y la religión. Esta última nos quiere uniformar y meter en un credo que muchas veces no coincide con nuestro pensamiento y manera particular de ser.
La política es otro mecanismo de control y moldeamiento del ser humano. En cuanto a por qué se deja moldear, es por cuestión de sobrevivencia y por eso tiene que aceptar, en parte, los condicionamientos sociales. Yo tomo de la sociedad sólo lo necesario para sobrevivir, porque si me aislo me tendría que convertir en un ermitaño y éste no puede vivir mucho tiempo pues no es autosuficiente.
Para sobrevivir uno tiene que socializarce en alguna medida y ese proceso viene desde la infancia, con lo que yo no estoy de acuerdo es que esa socialización se convierta en una anulación del yo, en un proceso que moldea al ser humano y lo hace alejarse del rumbo que debería tomar como ser humano individual e irrepetible. Las personas son únicas y ellas deben definir su desarrollo y línea de crecimiento espiritual, moral e intelectual. Los que merecen más la censura son los que se dejan masificar, pero no por cuestión de sobrevivencia, sino porque se sienten como peces en el agua siendo uno más dentro de la multitud.
Tomado de la Revista D. No.133 21/01/2007